A Guadalajara se tiene que llegar con hambre y ganas de probar sabores nuevos. Lo primero, por supuesto, es comer los platillos de rigor: la obligatoria torta ahogada con birote —como debe ser— de Tortas José el de la Bicicleta y birria de chivo en la imperdible Plaza de las 9 Esquinas (ambos relativamente cerca del Teatro Degollado y el Hospicio Cabañas). Espera el momento de más calor para tomar un tejuino, bebida de maíz con nieve de limón, de lo más refrescante. 

Hora de sentarse a comer

Una vez cubierta esa lista, hay que ir por lo innovador. El restaurante i Latina —con mezclas arriesgadas de técnicas e ingredientes mediterráneos y asiáticos, y ADN mexicano— marcó un antes y un después en las mesas de la ciudad. Tras 20 años, sigue siendo un favorito para los que disfrutan de comer y un buen punto de arranque para probar la creatividad tapatía, que se extiende, sobre todo, entre Chapultepec y Zapopan.  

Palreal es un básico para el desayuno (¡el lonche de pancita es delicioso!), lo mismo que Caligari, con excelente café y exquisitos huevos pochados. Fitzroy Espresso Bar agrega, a una carta de cafés con diferentes métodos de extracción, un menú de comida confortable. La Postrería, como su nombre lo dice, se dedica a crear cada versión imaginable de delicias dulces. 

Para seguir explorando Guadalajara

Hay restaurantes japoneses muy auténticos, como Juni-ko, y tacos de pescado estilo Baja, pero para mariscos realmente exquisitos vale reservar una mesa para comer en La Docena —la sucursal original y clásico para comer en Guadalajara—. Hueso (en el que destacan un menú versátil y la decoración cuidada al detalle) y Alcalde (reconocido entre los mejores del país) alcanzan la cima de la perfección y son ideales para una cena memorable.

Habrá que guardar tiempo para una escapada al vecino Tlaquepaque, donde se pueden encontrar artesanías de la mejor calidad y desde luego, reservar un día para hacer la excursión completa a Tequila, con paseo en tren incluido.