Aunque haya quien piense que es un Buenos Aires en chiquito, nada está más lejos de la realidad. Montevideo tiene una personalidad muy particular, que vale la pena descubrir sin prisas. Una de las mejores maneras de hacerlo es tomar una tarde para pasear por sus playas, y de rambla en rambla.

A lo largo de más de 20 kilómetros te encontrarás con faros y monumentos, así como con grupos de amigos que pescan de forma espontánea, personas que pasean en bicicleta o caminantes que toman mate y disfrutan el atardecer junto al mar. Aquí, el agua intensamente azul contrasta con el amarillo encendido de los últimos rayos del sol, un espectáculo hermoso y muy fotogénico.

Cada tanto verás un puesto de tortas fritas (como parientes de los hot cakes y los buñuelos); no lo dudes un instante y pide una con dulce de leche o cubierta de azúcar y canela, la compañera ideal de las tardes frías.