La estampa más clásica de Sídney es la ópera, a un lado de la bahía, y sí, es una postal bonita, pero la mejor parte de la ciudad no la vemos tan seguido: se esconde en sus barrios, que se extienden junto al mar, cada uno con playa, con jardines y juegos para niños, un par de restaurantes y terrazas y alguna alberca.

Para descubrir esa cara de la ciudad hay que hacer la famosa caminata entre Coogee y Bondi Beach, un recorrido de seis kilómetros, que hay que hacer con calma y tiempo de sobra. Clovelly, Bronte, Tamarama son algunas de las paradas y en todas hay algo que ver. Además, a lo largo del año se organizan exposiciones escultóricas para que el camino vaya acompañado de piezas de arte.

Debido a que tiene fuertes corrientes, solamente los surfistas y los locales se animan a meterse al mar. De hecho, por la tarde es muy común ver a los niños que llegan de la escuela y van directamente al mar, a entrenar; los adultos hacen lo mismo apenas salen del trabajo y toman su tabla de surf. El resto de los mortales debemos ser más prudentes y por eso las albercas naturales son ideales, ya que permiten que uno disfrute el agua fresca del mar, pero sin peligro de las corrientes. La más famosa es la de Bondi, con su restaurante junto, pero a nosotros nos gusta más Wylie’s Baths, en Coogee, y donde uno se puede pasar el día tomando el sol y nadando en la alberca con unas vistas espectaculares.

Para seguir enamorándose de Sídney hay que ir a The Royal Botanic Garden, tomar un ferry desde el centro hasta Manly recorriendo toda la bahía, asomarse a Balmoral e intentar hacer paddle board en sus tranquilas aguas, acercarse a Maroubra y a Cronulla y dedicarle todo un día al Royal National Park, un espacio riquísimo de flora y fauna literalmente en el patio trasero de la ciudad. No por nada esta es una de las ciudades con mejor calidad de vida del planeta.