Había una vez un paraje llamado Playa Maroma

Destinos 22 octubre, 2020

La Riviera Maya es una de las franjas costeras más famosas del mundo, y la cantidad de playas y opciones para dormir es casi infinita. A nosotros nos gusta Playa Maroma.

En la zona se presume de abundantes de playas de ensueño: palomita a todos los ingredientes claves, incluida el agua de color turquesa, la arena blanca, la marea muy suave y temperatura siempre amigable, incluso en los meses de invierno. Y justamente por eso es difícil elegir las mejores. Pero no hay mucho que pensar: a medio camino entre Puerto Morelos y Playa del Carmen, un pedacito de tierra sobresale hacia el mar: Punta Maroma. En esta pequeña península, donde no hay ningún gran desarrollo, las playas siguen siendo solitarias, pues el bullicio de los vastos complejos hoteleros no ha llegado por acá.

Belmond Maroma

BELMOND MAROMA

Dos joyas se esconden a uno y otro lado de la península de Playa Maroma. El primero —en el camino desde Cancún— y el de más edad es Belmond Maroma, una de las propiedades más hermosas de la región: un hotel discreto que desde el principio se siente como una casa. Rodeadas de una rica vegetación, las villas ofrecen absoluta privacidad, mientras que en su playa, especialmente amplia, unas deliciosas camas invitan a pasarse el día dormitando con el sonido del mar de fondo. Si alguien se anima a moverse, el agua es muy tranquila y se puede nadar sin problema. Además de un excelente spa, el momento favorito de Belmond Maroma ocurre en los desayunos mexicanos, cuando la famosa tía prepara tortillas hechas a mano para los huéspedes.

Belmond Maroma

CHABLÉ MAROMA

Del otro lado de la península hay un recién llegado, el Chablé Maroma. Aquí todos los días comienzan —en la terraza de las villas— con una canasta con café y pan recién horneado, además de un itinerario de las actividades del día: yoga en la playa, paddle board, kayak y hasta clases de cocina. Se trata de un hotel pensado para el bienestar. Un poco más tarde, el restaurante Kaban ofrece todo lo que uno espera de un desayuno saludable: bowls de avena con fruta, toasts con verduras y smoothies frescos, sin dejar a un lado las opciones más sustanciosas, como chilaquiles, huevos motuleños y pan francés. Para una cena más formal está el restaurante Bu’ul, y para disfrutar el atardecer —con trago en mano—, el Raw Bar.

En todo el hotel se respira calma, privacidad y descanso, tanto en las áreas comunes como en las 70 villas escondidas entre la vegetación, todas con una pequeña alberca privada. Aunque la línea de playa es amplia, el diseño del hotel invita a instalarse en la alberca paralela a la costa. Hay que dejar tiempo para el spa, donde dan ganas de quedarse días enteros entre masajes clásicos, tratamientos especializados y una terraza con jacuzzis muy agradable. El lugar también cuenta con temazcal a unos pasos del mar.

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