Juan era psicólogo y profesor de náutica; Constanza, periodista. Tenían una vida armada en Buenos Aires: trabajo, casa, un hijo. Pero ambos compartían la pasión por los barcos y había algo que los llamaba a hacer un cambio. Les gustaba navegar, lo habían hecho por el Mediterráneo y por el Río de la Plata, y un buen día decidieron dejarlo todo y convertir el barco amarillo en su forma de vida. Con Ulises, su hijo, que entonces tenía menos de dos años, se embarcaron en el Tangaroa II y zarparon hacia el norte.

El plan original de Constanza y Juan era rentar su departamento en Buenos Aires y vivir en el barco con el dinero de esa renta, pero la crisis económica los obligó a repensarlo. Instalados en Brasil, en los alrededores de Ilha Grande y Angra dos Reis (cerca de Río de Janeiro), las redes sociales del barco empezaron a atraer curiosos que querían vivir la experiencia de la familia. Entonces se les ocurrió recibir visitantes. Con el barco amarillo funcionando como hotel no solamente consiguieron un ingreso, sino que también abrieron la posibilidad de conocer gente y ampliar sus horizontes. Empezaron a organizar paseos y ofrecer clases, y gracias a ello han conseguido continuar su aventura.

Durante los dos años que han estado viajando por las costas de Brasil, la tripulación ha crecido también. Primero llegó Lula, la mascota de la embarcación, y en el verano de 2020 nació Renata, su segunda hija. También cambiaron de barco y han conseguido miles de seguidores que están atentos a su travesía en su cuenta de Instagram. Puedes seguirlos tú también y hasta podrías hacerles una visita. Por ahora parece que la familia no tiene intenciones de moverse de Brasil, pero quién sabe a dónde los lleve el mar en los próximos años.

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